Me encantan los mapas, el Aconcagua, la línea del ecuador, los polos, África, el Volga, Ulan Bator, las cataratas Victoria, los ríos caudalosos, la Patagonia, el desierto de Kalahari, el Trópico de Cancer, Kirguizistán, Zimbabue, el K2, San Francisco, el estrecho de Bering, el Canal de Panamá, las selvas tropicales.
Siempre he sido un friki de la geografía. De pequeño, en clase, nunca me obligaron a memorizarme las capitales de los países, los ríos, las cordilleras. Rara vez ocurrió algo similar Así que empecé a coleccionar mapas (esos que daban con los libros de sociales) y los miraba durante horas, me ponía a prueba a mí mismo y me autoexaminaba. Me fascinó descubrir la capital de Brunei o la de Corea del Norte, y sabría localizar Bután perfectamente en el mapa. Cogía un compás y medía distancias: hay la misma entre Valencia y Nueva York que entre Valencia y el Congo. No podía entonces imaginarme un Google Maps. Jolin, cuántas cosas hay que ver.
Fui a cazar la aurora boreal en el norte de Finlandia con mis amigos, pero se nos escapó. ¡He sobrevolado el triángulo de las Bermudas, las Azores, Bahamas y Barbados! He visto atardecer por el Pacífico, escondiéndose el sol por Japón. Estaba amaneciendo en Tokyo. En medio estaba la línea imaginaria del cambio de día. He visto el desierto de Mojave a 50ºC y he andado a -15ºC por el mar Báltico congelado. ¡65 grados de amplitud térmica! Qué guay. Cuántas cosas que hay que ver aún. ¿Nos vamos?